Dramático futuro de los jóvenes españoles
Hoy en España más de la mitad de los jóvenes serían pobres si se independizasen y abandonaran el hogar familiar. Cuatro de cada diez jóvenes de 26 a 35 años de edad viven aún en casa de sus padres, lo que maquilla estadísticamente las cifras reales de pobreza que se producirían si abandonaran la casa paterna y tuvieran que afrontar gastos de vivienda, como la hipoteca o el alquiler, ya que en ese caso las tasas de exclusión social crecerían hasta alcanzar cifras cercanas al 60%, más propias de un país centroamericano o del Sudeste asiático que de Europa. La situación se agravaría aún más si "osaran" vivir en pareja, o tuvieran un hijo en hogares donde sólo uno de los dos miembros trabajase, lo que dispararía los niveles de pobreza hasta un 81% en ese grupo de edad.
Muchos de los jóvenes españoles no pueden afrontar un mínimo proyecto de vida que incluya la legítima aspiración de tener un hogar propio y descendencia, algo cada día más complicado si no cuentan con ayuda familiar, aunque lleven un alto nivel de vida, completamente artificial, gracias al dinero de sus padres. De hecho, los bajos sueldos de la población juvenil no les permiten disfrutar de los parámetros de calidad de vida, bienestar y seguridad económica de los que gozaron no hace mucho sus padres, por lo que la desaparición inevitable a medio y largo plazo del colchón económico y de soporte a todos los niveles que representan los progenitores tendrá graves consecuencias socioeconómicas en las condiciones de vida de este sector de la población.
Más de un tercio de los universitarios españoles trabaja en empleos precarios que no necesitan alta cualificación y que podría realizar cualquier persona con el Graduado Escolar o el título de la ESO, cobrando salarios mucho más bajos de lo que les corresponderían en caso de ejercer su profesión original, según un estudio de la Agencia Nacional de Evaluación de Calidad y Acreditación (ANECA) editado recientemente.
Más del 45% de los trabajadores españoles entre 25 y 29 años tiene además un contrato temporal, lo que representa el doble que la media europea, según la agencia estadística Eurostat, con el consiguiente deterioro en las condiciones de vida que esta inseguridad implica para el desarrollo de un proyecto de futuro.
Los titulados universitarios españoles no logran estabilidad laboral ni siquiera más de cinco años después de graduarse (hoy es hasta relativamente frecuente ver becarios preparadísimos y con una formación impresionante que terminaron la carrera hace diez años), y muchos no conseguirán nunca ocupación en la profesión para la que se prepararon durante años (¿quién no conoce a algún camarero, telefonista o limpiadora, con todo el respeto hacia esas profesiones, con estudios universitarios?). A estos datos habría que sumar las condiciones laborales de los jóvenes que ni siquiera han tenido la oportunidad de formarse y especializarse, cuyo horizonte vital a largo plazo es aún más descorazonador que el de los que disponen de estudios superiores.
Todos ellos son hijos e hijas de la Europa del capital y de la precariedad laboral sin fronteras: jóvenes que viven para trabajar, sufriendo horarios interminables que no constan en las mil y una modalidades de contrato (o sin contrato siquiera, como es el caso de los becarios), con enormes dificultades para llegar a fin de mes y sin posibilidad de un mínimo ahorro ni de darse un capricho (a no ser que vivan con sus padres y les financien su tren de vida), sin derecho siquiera en muchos casos al disfrute de vacaciones, porque sus contratos se extinguen en los meses de verano para reaparecer misteriosamente justo después. Y en este contexto, la CEOE se atreve a pedir todavía más flexibilidad laboral.
Ciertamente el panorama es infinitamente peor que en los años 70. La pregunta que nos podemos hacer es: ¿Cómo cambiar esta realidad y ofrecer a nuestros jóvenes un futuro más digno?
Muchos de los jóvenes españoles no pueden afrontar un mínimo proyecto de vida que incluya la legítima aspiración de tener un hogar propio y descendencia, algo cada día más complicado si no cuentan con ayuda familiar, aunque lleven un alto nivel de vida, completamente artificial, gracias al dinero de sus padres. De hecho, los bajos sueldos de la población juvenil no les permiten disfrutar de los parámetros de calidad de vida, bienestar y seguridad económica de los que gozaron no hace mucho sus padres, por lo que la desaparición inevitable a medio y largo plazo del colchón económico y de soporte a todos los niveles que representan los progenitores tendrá graves consecuencias socioeconómicas en las condiciones de vida de este sector de la población.
Más de un tercio de los universitarios españoles trabaja en empleos precarios que no necesitan alta cualificación y que podría realizar cualquier persona con el Graduado Escolar o el título de la ESO, cobrando salarios mucho más bajos de lo que les corresponderían en caso de ejercer su profesión original, según un estudio de la Agencia Nacional de Evaluación de Calidad y Acreditación (ANECA) editado recientemente.
Más del 45% de los trabajadores españoles entre 25 y 29 años tiene además un contrato temporal, lo que representa el doble que la media europea, según la agencia estadística Eurostat, con el consiguiente deterioro en las condiciones de vida que esta inseguridad implica para el desarrollo de un proyecto de futuro.
Los titulados universitarios españoles no logran estabilidad laboral ni siquiera más de cinco años después de graduarse (hoy es hasta relativamente frecuente ver becarios preparadísimos y con una formación impresionante que terminaron la carrera hace diez años), y muchos no conseguirán nunca ocupación en la profesión para la que se prepararon durante años (¿quién no conoce a algún camarero, telefonista o limpiadora, con todo el respeto hacia esas profesiones, con estudios universitarios?). A estos datos habría que sumar las condiciones laborales de los jóvenes que ni siquiera han tenido la oportunidad de formarse y especializarse, cuyo horizonte vital a largo plazo es aún más descorazonador que el de los que disponen de estudios superiores.
Todos ellos son hijos e hijas de la Europa del capital y de la precariedad laboral sin fronteras: jóvenes que viven para trabajar, sufriendo horarios interminables que no constan en las mil y una modalidades de contrato (o sin contrato siquiera, como es el caso de los becarios), con enormes dificultades para llegar a fin de mes y sin posibilidad de un mínimo ahorro ni de darse un capricho (a no ser que vivan con sus padres y les financien su tren de vida), sin derecho siquiera en muchos casos al disfrute de vacaciones, porque sus contratos se extinguen en los meses de verano para reaparecer misteriosamente justo después. Y en este contexto, la CEOE se atreve a pedir todavía más flexibilidad laboral.
Ciertamente el panorama es infinitamente peor que en los años 70. La pregunta que nos podemos hacer es: ¿Cómo cambiar esta realidad y ofrecer a nuestros jóvenes un futuro más digno?
3 comentarios
ojo por ojo -
Silverfox -
Lo más triste es que prácticamente ningún otro colectivo les ha apoyado, sino que han tenido que escuchar frases como "Es lo que hay!" o "Los inicios siempre son duros!"
Josep -