Reflexiones sobre la vivienda
Uno de los temas que más se han discutido en la España de los últimos años es la burbuja inmobiliaria, que ha provocado una enorme subida de los precios de la vivienda, sin suponer una evolución similar de los salarios, y que ha sido fomentada por la especulación salvaje del suelo y el crédito barato.
Así se ha llegado a la kafkiana situación de que España, en términos de vivienda, sea uno de los países más caros del mundo (ciudades como Madrid, Barcelona o las capitales vascas tienen unos precios similares e incluso superiores a los de París y Londres), mientras los sueldos están entre los más bajos de Europa.
Pero pensando con cierta lógica, los precios de la vivienda deberían caer a niveles de hace, por lo menos, 20 años, teniendo en cuenta factores de tipo demográfico (cada vez habrá menos jóvenes y menos demanda de primeras viviendas, por muchos hijos que tengan los inmigrantes) y económico (paro al 20% y subiendo rápido, caída de ingresos per cápita y restricción crediticia).
También cada uno debe poner su granito de arena para hundir este tinglado. Y para eso, lo mejor es no hacer caso a la presión social. Hacer lo que hacen todos sin pensar por uno mismo es de subnormales y borregos. Para ello, debamos combatir la burbuja mediante resistencia pasiva, no dando un céntimo a los individuos (por no usar otra palabra) que se benefician de ella.
Las posibilidades son diversas: emigrar fuera de España, quedarse en casa de los padres hasta que se caigan de viejos, okupar edificios vacíos y deshabitados, lo que sea menos dar dinero a esa gentuza. Nada de meterse en una hipoteca impagable (aunque ahora ya no se darán créditos subprime con tanta alegría como en años anteriores) ni alquilar una pocilga donde Cristo dio las tres voces por casi todo un sueldo mensual.
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