La kakistocracia
"Ni los ineducados y apartados de la verdad son jamás aptos para gobernar": Platón, La República, Libro VII.
Uno de los objetivos de la democracia representativa, al menos para estadistas como James Madison (4º presidente de Estados Unidos, posterior a Jefferson y anterior a Monroe), es garantizar que las tareas gubernamentales puedan asignarse al componente más talentoso y mejor calificado de la sociedad.
De acuerdo con esta visión, la representación democrática constituye un método para mejorar la calidad del gobierno popular. El objetivo de Madison fue promover un sistema que seleccionase, a través de elecciones democráticas periódicas, a representantes idóneos de la cosa pública. De acuerdo con esta visión, que John Stuart Mill luego desarrolló, las elecciones democráticas, libres y transparentes, auxiliadas por el debate público y el requisito de rendición de cuentas, constituyen la fórmula adecuada para asegurar que las funciones públicas sean ejercidas por las personas más aptas y preparadas de la sociedad.
Los acontecimientos de los últimos años nos muestran que ese objetivo de la democracia representativa, identificado por Madison y Mill, está muy lejos de cumplirse en España. No solo en España, dirán algunos, al evaluar la calidad de los gobernantes en muchos países, incluyendo algunas potencias mundiales, recordemos al infame Bush, hasta hace menos de un año presidente de Estados Unidos, o al primer ministro italiano Berlusconi. Pero que otros Estados tengan al frente a gente torpe no es ningún consuelo).
¿Fue siempre así? ¿Fue España siempre una kakistocracia? Para mayores señas, kakistocracia es un término procedente del griego que significa "el gobierno de los peores". Viene del griego kákistos, "pésimo, el peor de todos", superlativo de kakós, "malo", y krátos, "fuerza, poder". Se opone a aristocracia, que etimológicamente hablando significa "gobierno de los mejores".
La historia proporciona datos interesantes para responder a esta pregunta. En los últimos cinco siglos (por poner un periodo de tiempo representativo) hemos tenido algunos reyes nefastos, como los Austrias del siglo XVII, Carlos IV o su hijo Fernando VII, pero también otros que fueron positivos como los primeros Borbones (Felipe V y sus hijos Fernando VI y Carlos III). Aparte de los reyes también tuvimos buenos políticos como Adolfo Suárez o algunos dirigentes republicanos.
Hoy, la situación es distinta. La ausencia de talento y civismo en el sector político es notoria y deplorable. Las decisiones patrióticas, orientadas al bien común, son la excepción, no la regla. Las actividades del gobierno están dirigidas a satisfacer intereses particulares, en función de los beneficios que dichos intereses puedan proporcionarle al gobernante de turno y a su séquito de aduladores.
Tenemos que preguntarnos, seriamente, cuáles son las condiciones que permiten el imperio de la kakistocracia en España. Una, claramente, tiene que ver con el sistema de partidos. Antes había lugar en los directorios de los partidos políticos para alguna que otra persona talentosa. Hoy los partidos excluyen y marginan a la gente competente y honrada.
El sistema electoral, corrupto e ineficaz hasta la médula, favorece la elección de los más ineptos y a los partidos nacionalistas-regionalistas tipo CiU, ERC, PNV o BNG, perjudicando en cambio a los pequeños partidos de ámbito nacional, como Izquierda Unida o Union, Progreso y Democracia (UPD).
La delincuencia y la impunidad incentivan el clientelismo y el gangsterismo político. Y la degeneración del sector público (incluyendo los servicios educativos y sanitarios) ha perjudicado gravemente la calidad de la educación popular y ha hecho proliferar la mediocridad. Con semejantes ingredientes, ¿le sorprende a la gente que tengamos en España un gobierno de y por los peores?
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